A las composiciones que integran este poemario, aunque con diferentes tonos, les anima una idea que motiva y preside su puesta en conjunto. En clave piadosa o irónica, a gusto del lector, se apela en todas ellas a las raíces míticas de nuestro conocimiento de las cosas (y de uno mismo). En estos tiempos de la así llamada inteligencia artificial´ parece oportuno recordar que no hay conocimiento sin labor imaginativa, ni sin un relato simbólico que derive en sentimiento. El saber requiere de la emoción, y la emoción de nuestros cuerpos y de las palabras que los envuelven. Dicho esto, vale por igual su complemento: tampoco el sentimiento puede ser ajeno a la palabra y la razón, vieja enseñanza de estoicos (y epicúreos). Huyamos, así pues, de toda emoción desatada´ o ejercicio de desolación narcisista. Al fin y al cabo, los goces y los temores del ser humano son solo los goces y los temores de todo lo que existe.