No hay muchas novelas sobre minerales. En los relatos científicos, literarios y periodísticos actuales siempre se prefiere lo humano, lo animal y -últimamente- lo vegetal y lo artificial para contar el mundo. Esta novela va en otra dirección y hunde sus pies en la tierra. Esta historia no olvida que los otolitos son las concreciones minerales presentes en la zona vestibular del oído que nos permiten mantener el equilibrio y no caernos: los minerales nos estabilizan. Los oligoelementos son indispensables para la existencia. Todo lo vivo está relacionado con el suelo y sus nutrientes. Esta obra es como el carbono, puede tomar diversas formas, entre ellas la mineral. Es proteica y deslizante, sobrevuela varios géneros literarios sin asentarse del todo en ninguno, su esencia es el flujo y lo impermanente, su fijeza es huidiza. Como el material lávico, se escurre ardiente hasta encontrar su forma. No es una novela normal ni previsible. No es una obra estable, cambia al ser releída. Su estructura está en el aire. Hecha de los mismos materiales que nos componen, Cúbit demuestra que las novelas complejas también pueden ser ácidas, pentagonales, divertidas.