Tamara Petkévich gozó de una infancia privilegiada en la her¡mosa aunque empobrecida Petrogrado de los primeros años del régimen soviético, en el seno de una familia de convicciones revolucionarias afiliada al Partido Comunista Bolchevique. Aun así, cuando tenía diecisiete años, el vértigo innombrable de la Gran Purga arrastró a su padre hasta el centro de su vacío. Una vez que lo arrestaron, toda la familia pasó a engrosar la categoría de «enemigos del pueblo». Por eso, años más tarde, Tamara fue condenada a siete años de trabajos forzados en el gulag. En su descenso desbocado hacia el abismo conoció todos los círculos del infierno estalinista, sobreviviendo en condiciones indescriptibles, sometida a una lógica despiadada y demencial que había decidido de antemano quién era culpable. Fueron muchas las tareas que desarrolló durante su estancia en el gulag: controladora de producción en una fábrica, miembro de una brigada de cantera, enfermera No obstante, si bien Petkévich se hizo actriz profesional años después de su libera¡ción, fue en los escenarios de los campos donde aprendió su oficio. El suyo es un relato único que da testimonio del poder del arte para salvar vidas. Petkévich pasa de una dificultad a otra sin perder ja¡más su coraje, su deseo de vivir y su capacidad de amar. Con una mirada casi cinematográfica y una narración impecable, esta obra trepidante nos hace testigos directos de su lucha, y la de muchos de sus compañeros, por preservar la dignidad en las tinieblas del gulag. Gracias a una franqueza fuera de lo común, nos transmite el más vívido recuerdo de quienes la rodearon: desde la traición de los más cercanos a la inestimable y desinteresada ayuda de algunos extraños. Reveladoras, hermosas e inteligentes, estas memorias no son sólo un registro de primera mano de las atrocidades cometidas en la Rusia estalinista, sino también un testimonio urgente del rechazo radical a cualquier dictadura.