Un suelo sano rebosa vida: está habitado por una asombrosa multitud de bacterias, hongos y muchos otros microorganismos. Cuando usamos fertilizantes químicos, dañamos la vida microbiana que defiende y alimenta a las plantas y, por lo tanto, nos volvemos cada vez más dependientes de un arsenal de sustancias a menudo tóxicas para hacer frente a las plagas y patógenos. Pero existe una alternativa a este círculo vicioso. Podemos cultivar un huerto o jardín de manera que se fortalezca la red de nutrientes del suelo para que estos trabajen en equipo con nosotros.