Cuando el Imperio Otomano entró en la primera Guerra Mundial a finales de 1914, la contienda europea se extendió a latitudes impensables como fueron las altas cumbres del Cáucaso o las milenarias tierras de Persia. En el caso de la Cordillera Caucásica, desde el principio, el Ejército Turco sería frenado por el Ejército Ruso en la Batalla de Sarikamis, por lo que el Imperio Zarista avanzaría imparable durante los años siguientes sobre la Anatolia Oriental, por lo menos hasta que la Revolución Bolchevique agitó el avispero y en 1918 las minorias se alzaron desde Bakú hasta Georgia y desde Armenia hasta el Kubán. En el caso del Imperio persa, el país mantuvo una supuesta neutralidad, pero con las fuerzas armadas y la opinión pública apoyando a los Imperios Centrales, lo que propició una intervención anglo-rusa y por ende turca, así como una guerrilla interna promovida por Alemania.