La luminosa Antigüedad Clásica ha sido el faro y principal fuente de inspiración de la civilización occidental prácticamente desde que terminó, con el consiguiente peligro de ser «idolizada». Sin embargo, Edad Media latina supo exorcizar esta amenaza cristianizando el legado clásico, pasándolo por el tamiz del Evangelio. Ninguna otra cultura ha sabido fusionar del mismo modo la tradición grecorromana y el legado de la Biblia, lo occidental y lo semítico. Este breve ensayo pretende destacar las luces de la Edad Media occidental, una época maravillosa caracterizada no solo por la fidelidad, la jerarquía y el honor, las abadías y catedrales, sino también por singulares hallazgos éticos, estéticos e intelectuales. A lo largo de las páginas de esta obra estructurada de forma tripartita a partir de tres grandes principios que, para los autores medievales, encarnaban tres grandes ciudades de la Antigüedad Atenas (sabiduría), Roma (poder), Jerusalén (fe), Dante nos sirve de guía para viajar en el tiempo a la edad de oro de la Cristiandad medieval: el siglo XIII y la primera mitad del siglo XIV. Un periodo luminoso comparable a la Atenas de Pericles, la Florencia de los Medici o la Roma de Augusto. La gigantesca figura de Dante y de su obra inmortal nos ayudan a comprender mejor esa Europa floreciente del año 1300, en particular su compleja cosmovisión cultural, política y espiritual que integra el carácter aristocrático del feudalismo de raigambre germánica, la tradición clásica grecorromana y la ética y la espiritualidad cristianas. La bella Edad Media aguarda detrás de ese triple pórtico de entrada. Un pórtico triple como el de las catedrales.