Estas cosas nunca pude contarlas en los ensayos de mi grupo de teatro. Allí hacíamos a Lorca y a Oscar Wilde. Lo más inquietante de aquella entretenida adolescencia en mi Asturias del alma era tener la sospecha de que para mis compañeros del equipo de fútbol yo debía ser algo manfloritu, y para mis colegas del teatro independiente ùtan reacios a inclinaciones mundanasù un artista defectuoso abocado a dejar las tablas para vivir, como mucho, de la racha de alguna peña quinielística. Así que irremediablemente sentía que, tarde o temprano, tendría que decantarme, agarrar el balón por el asa y optar «de mayor», entre «artistas» o «futboleros», entre Quini o Pirandello, entre Lear o el deporte rey.