Historias de la Alcarama está concebido como una serie de cartas que Abel Hernández, al más puro estilo de los estoicos, escribió a su hija Sara cuando esta contaba dieciocho años. Deseaba hablarle de Sarnago, al pie de la sierra de la Alcarama, en las Tierras Altas de Soria, el pueblo donde nació y se forjó su espíritu, el repositorio de una cultura rural milenaria que poco a poco había ido desapareciendo y que a sus ojos se revelaba como la única y definitiva verdad. Deseaba hablarle de las barbas del invierno, del trasnocho, de cómo hacían la matanza, de la muerte de sus seres queridos, de lo breve que era la primavera. También deseaba contarle alguna que otra historia de amor, historias de la guerra, e incluso un milagro de Navidad que su abuelo Natalio recordaba cada Nochebuena. Así, a través de las palabras de Abel, de sus reflexiones y recuerdos de la vida de los habitantes de la Alcarama, todos viajamos como hechizados a un tiempo ancestral, a un lugar que ya es mítico, para acabar conociendo el alma de un hombre enamorado de su tierra. Y es que, como dice Marguerite Yourcenar por boca del emperador Adriano: «El tiempo no cuenta. Siempre me sorprende que mis contemporáneos, que creen haber conquistado y transformado el espacio, ignoren que la distancia de los siglos puede reducirse a nuestro antojo».