Dos veces al día, a primera hora de la mañana y hacia las cinco de la tarde, Ceronetti bebe una taza de té verde chino. Son momentos que el escritor atesora, porque en ellos «el aliento del té penetra en los rincones muertos» y la mente relaciona cosas insólitas, crea vínculos nuevos. ¿Cuáles son los materiales de estos pensamientos? Los recuerdos, las imágenes, los sueños, lo leído en diccionarios, en la Biblia, en el Corán, en la obra de Rathenau, de Conrad, de Baudelaire y de Tocqueville, o en un recorte de periódico. Al despertar la mente y los sentidos, el té actúa como un aromático antídoto contra la inercia y el aturdimiento. Así fueron tomando forma estas páginas, destinadas a descubrirle al lector una singular lucidez y a estimular en él esa «curiosidad desesperada en continuo movimiento» sin la cual «la desesperación no tendría límites».