Todos hemos visto ese documental en el que los ñus migran en pos de pastos y son obligados a cruzar un río infestado de cocodrilos. La manada pasa cada año, no sin dejar atrás a unos cuantos componentes: gracias a esas víctimas, que entretienen el hambre de los cocodrilos, la manada puede seguir adelante. Así, también, los protagonistas de este libro: ñus que tienen que enfrentarse a una charca infestada de cocodrilos sin saber si serán ellos los sacrificados para que la manada pase. Muchos de ellos son adultos visitados por el adolescente que fueron. Mirada desde lejos, nunca contada in situ, la adolescencia de los personajes de esta manada se puede reflejar en ambiciones que no tendrán más remedio que ser incumplidas -una lista de deseos, enamorar a una estrella de cine- o en logros que tardan demasiado en llegar, cuando ya no son más que una cándida celebración que multiplica la nostalgia -el ascenso de un equipo pequeño a primera división, la venganza con la que se le quiere devolver una grandeza inconquistable a un poeta menor-. Los maximalismos propios de la adolescencia son aquí corregidos por la mirada narradora, siempre situada ya en un lugar desde el que se sabe que aquel paraíso perdido no fue nunca un paraíso y permanece con tal fuerza en nuestros adentros que tampoco será nunca perdido. La agonía de una madre en un hospital, la relación con un padre a través de los fracasos de un equipo de fútbol, las tablas que le hace un chico a Bobby Fischer en una partida simultánea, el olvido del pin de una tarjeta de crédito, el llanto de un bebé en el piso de los vecinos, son algunos de los puntos de partida desde los que los ñus que protagonizan estos relatos tratan de pasar la terrible charca infestada de cocodrilos.