César Augusto, primer emperador de Roma, tenía una fe ciega en los sueños premonitorios -única circunstancia real de la obra, aprovechada por el autor para hacer una parodia de la vida romana con el único objetivo de hacer reír al espectador-. Los sueños tan inverosímiles que se le cumplen, su peculiar hija Rema y, sobre todo, el último «problema» que le ha surgido tienen agobiado al César. Para intentar echarle una mano su hija Rómula le recomienda un prestigioso médico: Supositorio. La cuestión es si este afamado galeno conseguirá aliviar sus penas o las agravará aún más.