Billy Wilder se ha convertido en un clásico de la historia del cine. Sus comienzos como guionista de grandes directores (Hawks, Lubitsch) le encasillaron como alumno aventajado. Sin embargo, sus comedias ácidas y malintencionadas, y sus dramas duros pero no exentos de ironía han ido colocándole cada vez más cerca del prestigio que se merecía. Sus películas evocan un periodo de esplendor del cine americano que parece irrepetible.