La experiencia jurídica romana, vista en su globalidad, es un poderoso elemento para la reflexión. Quizá la mejor prueba de ello consiste en imaginar nuestro presente sin la referencia al pasado jurídico de Roma, también en el terreno de la subjetividad jurídica, en el que la evolución va desde un sistema cerrado en torno al protagonismo de unos pocos individuos -como es propio en el mundo antiguo- a uno mucho más abierto y diverso. Si partimos del viejo Derecho quiritario y llegamos al que reflejan las fuentes justinianeas, los cambios nacidos de las necesidades sociales y políticas son evidentes y paulatinos: pasan por la apertura de espacios de participación jurídica a los extranjeros, a los hijos de familia y a las mujeres, por ejemplo, pero también por la consolidación de una prácticaque será la base para el desarrollo de la personalidad jurídica pública y privada. Sin el conocimiento de esa experiencia jurídica, sí, histórica, simplemente no es posible entender el mundo occidental en nuestro tiempo.