En la época preindustrial el aprovechamiento de los recursos naturales acumuló un inmenso sentido común, basado en el contacto permanente con el territorio y con sus potencialidades. En ese contexto es donde cabe encuadrar la tarea de protección que la Monarquía Hispánica aplicó a diversos enclaves de la península ibérica. Fruto de esos deseos proteccionistas, se potenciaron los Reales Bosques, concebidos como espacios de disfrute privativo de los monarcas y de la familia real. Enmarcada en esa política de salvaguarda y regulación de los recursos naturales, la Corona también prestó atención a las dehesas repartidas por gran parte de Castilla La Nueva y Extremadura, que formaron parte del patrimonio regio desde finales de la Edad Media. Entre ellas estaba Zacatena, acotada originalmente por la Orden de Calatrava en la confluencia de los ríos Guadiana y Cigüela. Aquel coto ocupaba una planicie, donde las tablas fluviales, potenciadas por los azudes de los molinos hidráulicos, crearon un ecosistema natural casi único, que, con el paso del tiempo, se convirtió en el embrión del actual Parque Nacional de Las Ta