Para algunos, reconocer el trabajo sexual como trabajo es una medida liberal, coherente con la mercantilización de los cuerpos. Contra esta concepción errónea, Morgane Merteuil propone examinar el trabajo sexual como una dimensión de la reproducción de la fuerza de trabajo, y reconstruye los vínculos entre la producción capitalista, la explotación del trabajo asalariado y la opresión de las mujeres. Demuestra que la lucha de las trabajadoras del sexo es una poderosa palanca para cuestionar el trabajo en su conjunto, y que la represión del trabajo sexual no es más que un instrumento de la dominación de clase, la división internacional (racista) del trabajo y el estigma de las putas que alimenta el patriarcado.