En cada sombra hay un dolor que aúlla. En esta noche escrita, en su genealogía femenina, la mano escucha atenta a su deseo, esa estrella que no alcanza a nombrar, esa semilla de luz de un cielo del revés que la sujeta. En el seno del bosque algo arde en una raíz arcana que huye hacia lo abierto. Allí el poema llama a la escritura. Es haz pulsado que desciende hacia la muerte, oquedad que invita a lo desconocido y convoca al lenguaje vegetal de las ausencias. La piel enferma. El tiempo del no ser se desvanece. ôSi tú no hablas, hablará tu cuerpoö, el soplo de la herida, la blancura del hueso. Por eso, en estos versos, el pensamiento ladra en un callejón oscuro, y el vacío de una caracola balbucea. En este poemario cada texto sabe que la vida es una sierpe, la órbita de un viaje en la espesura, la carencia que confiesa que estamos fuera de nosotros mismos, que ningún lugar nos pertenece y que todos somos extranjeros. Y a pesar del dolor y de la ausencia, sabe el verbo de estas páginas que Afuera hay sol, que el misterio canta cuando menos lo esperamos, y que, en la vida, la voz es un aliento vegetal, además d