En toda época el ingenio popular y los promotores de otros santuarios han concebido eslóganes promocionales para beneficiarse de la riada de peregrinos compostelanos. Pero existe una realidad que forzaba esa variante, desvío o, como el caso que nos ocupa, prolongación hacia una segunda y nueva meta devocional: los peregrinos del pasado solían estar mediatizados por el componente religioso, votivo o penitencial de su experiencia y con facilidad se animaban a acometer nuevos retos sobre la marcha para visitar santuarios de renombre por sus milagros;por otra parte, no se puede ignorar que existe otra motivación indisociable del propio hecho de desplazarse por tierras extrañas: la curiosidad. Este sentimiento siempre ha acompañado al peregrino desde su vocación de aventurero, viajero inquieto o, a partir del siglo XIX, también como turista. Son, pues, ambas razones, devoción y curiosidad, las que nos permitirán comprender las causas últimas de una Prolongación que, del mismo modo que la meta compostelana, posee un fundamento legendario. La prolongación también era recomendada en la propia catedral de Santiago, pues constituía un acto de gran devoción visitar al Santísimo Cristo de Fisterra allá en su iglesia de Santa María das Areas, a partir del siglo XVII instalado en una ostentosa capilla barroca y a Nosa Señora da Barca en Muxía con su santuario al borde del mar, asimismo reedificado en el siglo XVIII. Ambas devociones completaban una trilogía esencial para cualquier cristiano, pues tras visitar al apóstol Santiago, la figura de un privilegiado mediador, se postraban ante la Virgen, suprema intercesora del género humano, y también ante el Cristo crucificado, que era el propio Dios redentor inmolado por los hombres. Pero ante la inmensidad del océano, en un marco natural majestuoso, el cristianismo no había sino reconvertido lo que ya constituía con anterioridad un espacio sacro relacionado, básicamente, con cultos propiciatorios de la fecundidad. Esta nueva lectura convierte el escenario fisterrano entendiendo bajo esta denominación el ámbito de las tierras comprendidas entre Fisterra y Muxía en un lugar propicio para obtener las últimas respuestas al sentido de la peregrinación. De hecho, la presencia del océano infinito, sin más posibilidad física de caminar hacia occidente, se manifestaba como el gran dilema de la vida humana ante el abismo de lo desconocido, a la vez que un símbolo del tránsito que han de recorrer las almas, tras la resurrección, hacia el Paraíso o el Infierno. Sin necesidad de recurrir a complejos códigos teológicos, los peregrinos del pasado y el presente siguen experimentando algo especial en Fisterra y/o Muxía. Por una parte sienten que su peregrinaje ha concluido, pero que al mismo tiempo aquí comienza algo, que el ocaso del sol no es más que un anticipo, y que en sus vidas algo principia o nace en ese mismo momento. La muerte del sol ya no es el tenebroso espectáculo que había sobrecogido a los supersticiosos legionarios comandados por Décimo Junio Bruto en su primera incursión a Gallaecia, sino un broche final, precedido de otros ritos purificadores como el baño o la quema de ropa vieja, entre los creyentes acompañados de los sacramentos de confesión o comunión, que puede abrir la puerta para superar de una vez por todas los problemas que han ido quedando atrás en el Camino, facilitando un proceso de renovación personal. Es por ello que el itinerario jacobeo a Fisterra y Muxía a pesar de su crecimiento en los últimos años, no ha sucumbido a un consumo turístico intrascendente y reitera su mensaje eterno para quien quiera escucharlo dispuesto a extraer