Si la melancolía corre el peligro de perder el estatuto que ha tenido durante siglos, en una época atravesada por el capitalismo, de individuos aparentemente libres y solos, de sobreabundancia de objetos, en que la tristeza es un pecado (pero no lo es tanto estar apático y vacío), en este caso, es el momento más adecuado para hablar de la melancolía, y cuanto más, mejor. El melancólico contemporáneo, si es que existe, tiene muchas dificultades para poder estar triste. La psiquiatría ha emprendido un retroceso inesperado y ha vuelto al hogar que abandonó en los años setenta: la casa de la neuropsiquiatría. Su estudio de las formas clínicas de la tristeza es un balón de oxígeno que mejora nuestro presente.