Horacio se preguntaba «si acaso era posible con algunos versos expulsar del pecho los dolores, la pasión abrasadora o las cuitas». Este poemario de Gabriela Riveros muestra que las preguntas no cambian mucho. Que desde sus orígenes la pérdida, el dolor, y el deseo son una constante expresada de forma diversa. La poeta ha llegado al límite, y en la orilla se detiene para mirar, no el exterior que tiene a la vista, sino hacia dentro, en lo que es su vida íntima, voz cuya honestidad alcanza simas profundas de decepción y desilusión, de un pasado que no se puede cambiar: La poeta se siente asediada por una interioridad que alumbra las cosas, ahora bajo otra luz, otra edad, otra mirada.